Hermanos del fuego y del espacio

—Creo que es estúpido, ¿no te parece? —dijo usando el menor ánimo posible—. Detente a pensar en cuánto representa la gasolinera para él. No solo era su lugar de trabajo, era su casa. Y algo más: deberías echarle un vistazo al armario.

El armario tenía más que solo ropa, también recuerdos de las festividades de todo el año. Entre todas esas cosas había una fotografía que me llamó especialmente la atención. Estaban él y un grupo de personas, supongo que sus amigos. Era la misma gasolinera, y todo estaba decorado con los colores patrios. Todos aparecían elevando sus vasos en perfecta sincronía, menos él. No tenía nada en sus manos, y sus ojos estaban entrecerrados, así que es probable que hubiese dicho que necesitaba a alguien que le diera un abrazo en ese momento.

—Fueron las festividades del Día Nacional. Él no se hallaba muy bien.

—¿Y qué pasó exactamente?

Primero alzó la mirada por detrás de mí, como unas dos veces, y luego dijo: —Bueno, comprenderás que aquí hay oídos por doquier. Ya sabes, los espíritus. Así que te pediré discreción. Espero que lo entiendas.

—De acuerdo. Le escucho, Sr. Greenbriar.

—Bueno... —suspiró—, esto fue hace siete años. Carl se hallaba en la esquina al fondo, por allá. —Me señaló el sitio—. Yo le pregunté qué le ocurría, y me dijo...


—C, van a venir.

—¿Qué? Un momento, Carl, no estás hablando en serio.

—Sí, C, estoy hablando en serio. Hoy, justo en este maldito día.

—¿Curry? —dije ofreciéndole un plato. Por alguna razón, yo conocía bastante bien a Carl Cornelius como para saber que el curry lo tranquilizaba un poco.

—Gracias. —Tomó una pizca con la mano.

—Un poco mejor, ¿verdad?

—La verdad, no.

—Demonios, Carl, no lo dejes pasar más. La PAD no se detiene ante nadie. Te preguntarán de dónde demonios sacaste ese combustible de cohete, y no es algo que puedas ocultar fácilmente. ¿Qué piensas hacer?

—¿Y tú qué crees que pienso hacer? —dijo sin vacilar.

—Tú te has vuelto loco, Carl —dije llevándome las manos a la frente.

—No, no, escúchame, es una buena idea. La mejor idea. ¿Cuántos Toblerone a que funciona?

—Tocayo, mejor que no apuestes, porque esa idea es pésima, y no creo que quieras perder los Toblerone del mostrador por una apuesta que de paso involucra salvar a tu blanco trasero de volverse más negro que el mío.

—C, hemos trabajado muy duro para llegar hasta aquí. Muévete, nos vamos. Ve a la bodega... —En ese momento lo interrumpí, porque estaba empezando con su vaivén, e intenté tranquilizarlo.

—Ay, Carl Cornelius, pedazo de estúpido, hace diez años no sé qué hubiese hecho sin ti. Pero, oye, al menos disimulemos y pasemos un rato con la gente. No querrás levantar sospechas. Recuerda que no celebrar el Día Nacional es un crimen que se paga con trabajos forzados, y aquí hay mucha gente que nos puede delatar. Tranquilo, yo sí soy tu verdadero amigo, y estaré siempre a tu lado.

Yo espero que mis palabras hayan llegado al corazón de Cornelius, como las de un hermano, un hermano a quien yo quería de verdad. Comprendió lo que quería decirle, o eso creo, pues sabía que quería salvar a toda una nación intentando combatir fuego con fuego, midiendo fuerzas.

—C, pedazo de animal, quiero decirte dos cosas. Primero, estúpida es tu obsesión con coleccionar estampillas. Lo siento, tenía que decirlo. Y segundo... —Hizo una pausa, sonrió, y luego estalló en una estruendosa carcajada— no podría estar más agradecido con la vida por tener a un amigo como tú. Te amo, hermano. Hagamos esto...


Después de un rato, el Sr. Carl Greenbriar, íntimo amigo del Sr. Carl Cornelius, me dijo que no estaba triste en la foto, sino meditando lo que él y su amigo estaban a punto de hacer. Cuando se fueron todos, me dijo, fueron a la bodega, tomaron el combustible de cohete robado de las instalaciones de la PAD y se marcharon.

—¿Así nomás? —le dije.

—No, mi querido amigo. Solo nos llevamos la mitad. ¿No te parece coincidencia que hayan solo cenizas en este lugar? Mira a tu alrededor.

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